Bailar en pareja es una aventura, una aventura que nos brinda la oportunida de compartir un lenguaje físico y un entender común de otros canales de comunicación que están en juego en la creación de las sensaciones compartidas que dan forma a la experiencia de bailar en pareja. Antes de comenzar mi aventura de aprender a bailar en pareja, las imágenes mentales que creé viendo bailar a parejas me embelesaron. Quería tener la experiencia que veía que otros tenían al bailar; quería la experiencia de bailar bailes sexys, como cumbia o salsa; bailes que me parecían divertidos y cautivantes. Sin embargo, durante varias décadas, una autoimpuesta sensación de incomodidad e inseguridad en el proceso de aprendizaje me mantuvo en timidez y alejado de la experiencia que quería tener. De alguna manera eso cambió cuando, por casualidad, estuve expuesto al Tango; y decidí aprender. Después de dos años en mi proceso de aprendizaje no estaba encontrando el «je ne sais quoi» que estaba buscando. A punto de renunciar, tuve la fortuna de conocer a un maestro que no solo enseña tango como un baile y un fenómeno cultural; lo vive. Su enfoque y semblante me llamaron la atención, y encontré al Tango hablándome en un lenguaje familiar, un lenguaje que evoca un particular sentido de pertenencia, de nostalgia e intimidad.

Al continuar mi proceso de aprendizaje, aceptando mi sentido de pertenencia y una creciente comprensión de la danza a través de su cultura, comencé a notar cómo, el bailar Tango hace relucir algunas de las intrínsecas sutilezas físicas y emocionales de nuestra relación con nosotros mismos; sutilezas que se manifiestan y son creadas con y a través de nuestra pareja de baile en cada tango. Estas sutilezas compartidas tienen al menos dos fundamentos centrales en común: el balance o equilibrio y el ritmo. Nuestro sentido del balance y ritmo son elementos incrustados en nuestra postura emocional y movimiento físico, los cuales están generalmente fuera de nuestra atención consciente. Sin embargo, el prestar atención consciente a nuestro sentido de equilibrio y ritmo nos brinda la oportunidad de involucrarnos en forma más plena y decidida con nosotros mismos y con aquellos con quienes estamos en contacto. Al bailar tango, por ejemplo, estar al tanto en forma consciente del equilibrio y ritmo, tanto nuestro  como de nuestra pareja, es esencial para poder comunicarnos y crear una experiencia deliberadamente compartida. Al pensar en ello, esta dinámica es válida para muchas otras de nuestras relaciones, principalmente si nos son significativas.

Equilibrio: Nuestro sentido del equilibrio emocional y físico son elementos cruciales, tanto en el baile en pareja como en otras relaciones humanas. Nuestro sentido físico del equilibrio determina cómo, cuándo y hacia dónde nos movemos; lo cual es esencial para bailar, así como para caminar, correr y levantar objetos. Nuestro equilibrio emocional es un componente clave de cómo nos comportamos y nos comunicamos con nosotros mismos y con los demás y,  en consecuencia, juega un importante papel en la calidad de la experiencia que creamos. Al bailar Tango, cada uno en la pareja es responsable de mantener su propio equilibrio; y juntos, ambos se encargan de crear y mantener un eje compartido para poder moverse dentro de una conexión de responsabilidad mutua. Esto no es diferente en otras relaciones humanas. Mantener el equilibrio dentro de un eje propio y compartido es la esencia que permite el giro elegante y la búsqueda de un cortejo lúdico, de movimientos sincronizados no coreografiados. La íntima experiencia compartida creada al bailar Tango exige una completa atención, tanto en uno como en nuestra pareja; un nivel de atención que se transmite a través del abrazo y la dirección de nuestra vista, incluso con los ojos cerrados.

Ritmo: Físicamente, nuestro sentido del ritmo es la forma en que fluimos en movimiento. En general, nuestro sentido de ritmo físico se mantiene fuera de nuestra atención consciente; dándonos facilidad en responder a los múltiples estímulos a los que estamos expuestos cuando nos movemos en un entorno determinado, como son otros peatones que se mueven con o hacia nosotros en un pasillo o acera, en cómo cambiamos de carril cuando conducimos en la autopista, o cómo, al bailar, nos movemos con nuestra pareja y el resto de las parejas en la pista de baile. Por otro lado, una forma de describir nuestro sentido del ritmo emocional es la congruencia entre la experiencia que queremos crear y nuestro comportamiento externo e interno (pensamientos) y los estímulos ambientales a los que estamos expuestos. En congruencia, nuestro ritmo emocional tiende a manifestarse como una sensación de facilidad y fluides, y nuestra atención es principalmente hacia afuera y receptiva. Cuando no, nuestro comportamiento externo e interno tiende a ser tenso y la mayor parte de nuestra atención es interna y cerrada, y nuestra atención externa es principalmente estar alerta y buscar amenazas potenciales, o simplemente estar allí no estando.

Nuestros sentidos emocional y físico del equilibrio y ritmo no son estáticos; de hecho, las personas muestran una amplia gama de equilibrio y ritmo tanto emocional como físico. Al estar fuera de nuestra atención consciente, generalmente no estamos plenamente al tanto de los múltiples patrones conductuales que experimentamos y expresamos. El prestar atención consciente a cómo hacemos lo que hacemos nos brinda la oportunidad de revisar si nuestro comportamiento, tanto externo como interno, está alineado con quien creemos y queremos ser. Al tener acceso a esta información podemos evaluar si nuestros comportamientos son congruentes con la experiencia de vida que queremos crear. Un mayor grado de conciencia nos brinda la oportunidad de hacer revisiones deliberadas sobre cómo hacemos lo que hacemos, para que lo que hacemos esté mejor alineado con lo que queremos.

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